martes, 19 de agosto de 2008

NAUFRAGIO

EL NAUFRAGIO
DE LA
WILHEM ERFURT

1845

El Almirante Brown pone sitio a Montevideo por orden de Juan Manuel de Rosas, al estar la campaña en poder de Manuel Oribe y sus tropas; el abastecimiento de la ciudad solo puede hacerse por mar.
Cuando las escuadras europeas que respaldan al gobierno de la defensa se unen al bloqueo, Rosas responde cerrando los ríos interiores a la navegación de barcos extranjeros y librando patentes de corso; mientras en tierra, después de la derrota del General Fructuoso Rivera en India Muerta, la campaña queda en poder del gobierno del Cerrito y las operaciones se reducen a una débil guerra de guerrillas a la que recurren esporádicamente los defensores.
En un intento por balancear el apoyo internacional, emisarios secretos de Juan M. de Rosas recorren la Confederación Alemana e inician contacto con algunos capitalistas prusianos y logran una aproximación, sino en lo estatal, al menos con algunos grandes comerciantes interesados en los mismos productos del Río de La Plata que codiciaban las otras potencias rivales: cueros y carne salada.

I – HAMBURGO

Stein no sospechó nada hasta bastante después de alejarse de los muelles, luego de hacer varias maniobras evasivas sin que los dos individuos que venían detrás de él se le despegaran, constató que sin duda alguna lo seguían.
Supuso que iban a intentar algo, tal vez un robo y decidió tomar la iniciativa. Aunque dos contra uno era una desventaja apreciable consideró que tal vez la sorpresa podría nivelar algo la situación.
No solo era que Stein tenía confianza en sí mismo, también sucedía que los dos desconocidos se estaban acercando y ya no ocultaban sus intenciones. Descontó el hecho de que ellos tendrían que estar armados y cuando faltaban unos metros para llegar a la esquina comenzó a correr y así corriendo torció para un oscuro callejón lateral; enseguida regresó silenciosamente sobre sus pasos y se apostó detrás de la esquina con su bastón por todo armamento.
Sus perseguidores no esperaban eso y dieron vuelta a todo lo que daban sus piernas, el primero pasó abierto, algo alejado de la pared, el más lento recibió el bastonazo en plena frente y cayó con un grito. El que iba delante giró y lo enfrentó cuchillo en mano. Stein se dio cuenta de que estaba ante un adversario peligroso porque el perseguidor sostenía el cuchillo con el filo hacia arriba.
La pelea fue corta y violenta; el desconocido esquivó varios golpes de bastón, recibió algunos más que bloqueó con el brazo izquierdo lo mejor que pudo, pero fue el apuro de Stein en terminar la pelea antes de que el otro atacante se recuperara lo que lo expuso a la primera puñalada. Luego de rematarlo, el atacante ayudó a levantarse a su compañero, entre los dos revisaron las ropas de Stein. Tomaron su billetera, sacaron un frasco de ginebra, vertieron un poco entre los dientes apretados del cadáver, otro poco sobre su abrigo y antes de desaparecer en la oscuridad pusieron un cuchillo en su mano.
………..

Luego de recorrer los muelles del puerto de Hamburgo, Frank de Boer, encaminó sus pasos hacia La Elbstrasse donde tenían sede las oficinas de casi todas agencias y consignatarios que operaban en el movimiento marítimo.
Arrebujado en su capa se detuvo bajo un cartel al que el viento hacía balancear colgado de su soporte. En el vestíbulo sacudió el sombrero mojado de agua nieve y se quitó el abrigo.
En el vidrio de la puerta, otra inscripción impresa en letras doradas repetía lo que decía el oscilante cartel de madera: “Roth und Hummel” Agencia Marítima.
Detrás del mostrador de roble un hombre flaco de espaldas cargadas anotaba algo en un libro grande lleno de columnas de números.
– ¿En qué podemos servirlo señor? interrogó al recién llegado.
Quiero hablar con alguno de los directores de la agencia, respondió este, con el tono seguro de las personas acostumbradas a dar órdenes, al mismo tiempo que entregaba al dependiente una tarjeta.
El contable ajustó sus gafas con un toque breve de su dedo índice mirando la cartulina y luego sin decir palabra, se dirigió a la puerta del despacho. El señor Roth era un hombre de mediana edad, corpulento y de ojos astutos, que lo recibió enseguida.
– ¿Qué lo trae por nuestra casa Capitán?...Pero, siéntese por favor...
–Busco trabajo Sr. Roth... ¿Qué le ha hecho pensar en nosotros?...
…Hem... Capitán De Boer, concluyó la frase con una breve mirada a la tarjeta.
–Pues verá señor Roth, los marinos somos una especie de fraternidad y cuando una empresa es buena con su personal, me refiero a que dispensa un trato justo y que paga puntualmente, eso la lleva de boca en boca de la gente; si le sumamos que se trata de una empresa de empuje con una política comercial dinámica, todo la hace un patrón atractivo para una persona que busca progresar.
–Verdaderamente me complace su concepto Mein Herr de Boer, permítame la inmodestia de asegurarle que es plenamente justo. Tendrá sus cartas credenciales, naturalmente...
–Naturalmente Sr. Roth... y también dos cartas de recomendación de los armadores para los que trabajé antes.
Los ojillos astutos examinaron cuidadosamente los documentos, mientras que con suave campechanería interrogó:
– ¿Por qué dejó su último puesto, si no le importa decírmelo, Capitán?
Al recién llegado no lo engañaba el tono afable y comprendía que de su respuesta podía depender que su emprendimiento diera frutos o no. Contestó entonces en el mismo tono distendido con que le habían interrogado.
–Convendrá conmigo Sr. Roth que la caza de ballenas no es un destino muy atractivo.
–Un Capitán diligente puede hacer buen dinero sin embargo...
–Es algo muy aleatorio Sr. Roth, además preferiría una línea regular, en la que dentro de los cambios lógicos del trabajo, se puede hacer un estimado del tiempo de duración del viaje, el que por otra parte no suele ser tan largo, lo que en definitiva, para un hombre casado como yo, resulta más conveniente... si usted me comprende.
–Lo comprendo Capitán, lo comprendo...
Roth parecía distraído, golpeaba suavemente la cubierta de su escritorio con la yema de los dedos y su mirada estaba lejana.
De Boer lo observaba con concentrada atención y aspiró profundamente cuando se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración.
–De todos modos Capitán, a pesar de sus recomendaciones, es política de la empresa no otorgar el mando de un barco a ningún oficial que se incorpora recién a nuestra nómina. Por otro lado todas las plazas de Capitán están cubiertas.
El joven decidió jugar la carta que tenía reservada.
–Tengo entendido que la Wilhem Erfurt necesita un Primer Oficial... al menos eso escuché en los muelles.
– ¿Y usted tomaría el cargo de Primer Oficial a pesar de tener su patente de Capitán?
–Me consideraría afortunado Señor Roth, después de todo un barco de línea es algo de mayor categoría que un ballenero.
–Muy bien Sr. De Boer, el puesto es suyo, me quedo con su documentación para hacer el contrato. Nuestra oficina cierra a las dieciocho horas; pase unos minutos antes del cierre, Linsen tendrá lista la documentación para que la firme y le entregará su copia y le devolverá el resto de sus papeles.
Roth le tendió la mano en señal de despedida.
–Buen viaje Sr. De Boer, le ruego que se presente esta misma noche con el Capitán Kugelsen a bordo de la goleta, supongo que ya conoce el lugar donde está fondeada.
–Sí Señor, así es... gracias.
–Una cosa más Sr. De Boer, disculpe que se lo diga, pero noto en su acento algo que no logro identificar.
– ¡Ah! respondió jovialmente el aludido, es que soy de Sarren Bruck.
–Bueno, creo que eso lo explica, no hay una gran tradición marinera por allí... ¿no es cierto?
–No señor, tiene usted razón, no la hay... buenas tardes y gracias otra vez.
El joven marino salió finalmente. La ventisca había amainado un poco, caminó por las calles cercanas al río y entró en varias tabernas. En una de ellas se sentó con otro parroquiano al que entregó discretamente un sobre. Luego esperó a que este se fuera, antes de salir él mismo al inhóspito exterior.
Desde la ventana de su oficina, el Señor Roth miraba la nieve acumulada en la calle, estaba satisfecho, no solo había resuelto un problema que a último momento tenía demorada la salida de uno de sus barcos sino que al fin la goleta zarparía con un Primer Oficial que era en realidad Capitán.
Las recomendaciones de Frank de Boer eran excelentes, cosa que no consideró necesario admitir de viva voz. La incorporación del joven era una verdadera ganga. Otra cosa que también omitió decir era que el Primer Oficial Stein, había sido muerto en una pelea de borrachos en los bajos fondos del puerto.
Su cuerpo había sido encontrado en un callejón oscuro con varias puñaladas; un hecho no del todo insólito en el turbulento puerto de Hamburgo, la única objeción era que Stein, hermano de un pastor luterano, observaba con total rigor las normas religiosas, por lo que el alcohol no solía ser parte de su vida, por eso se hacía difícil admitir que hubiera sido parte de su muerte; aún así no había ninguna razón para inquietar al nuevo Primer Oficial, la gente de mar suele ser supersticiosa y lo último que puede desear un armador o un agente naviero eran rumores sobre mala suerte o supuestos maleficios relativos a sus barcos; ya era bastante difícil reunir una tripulación medianamente buena sin tener eso en contra. Así que todo lo que quedaba desear era que mejorara un poco el tiempo y la goleta zarpase antes de que una súbita helada congelase el río y la demorase más.

II - MARTINA ULLOA

Martina Ulloa había llegado a Hamburgo hacía dos semanas; como suele suceder cuando un viaje se aproxima a su última etapa, le había acometido una súbita ansiedad por regresar, añoraba Buenos Aires, a su familia, a sus amigas, y estaba harta de Europa, del invierno y de la nieve.
Finalizados sus estudios de magisterio en Madrid, su familia había decidido que hiciera una gira por los principales centros culturales del continente.
–Una joven como tú, había dicho su tía Salustia, que era además Tutora– no deberá pensar nada más que en cultivar las virtudes que hacen deseable a una chica casadera, estudiar música, aprender a gobernar la casa, dedicarse a ser bella y elegir un buen partido entre los mozos patricios que frecuentan la residencia familiar.
Martina no pensaba lo mismo, muerta su madre al momento del parto, mimada en exceso por su padre, estaba acostumbrada a imponer su voluntad; había sido una niña terca y voluntariosa, que solía escaparse a jugar con los hijos de la cocinera y las niñas del cochero, con espíritu igualitario que anteponía la amistad a las diferencias de rango social.
Luego se convirtió en una muchacha independiente a la que no seducía lo más mínimo realizar su vida como adorno de entrecasa. Cuando quiso estudiar magisterio, fue tomada en broma, con algo de esperanza de que fuera un capricho pasajero y algo de escándalo ante su firmeza, se decidió que si habría de estudiar sería en el mejor lugar posible y así se pactó con ella el viaje a Europa, en el que sería acompañada por una prima de su madre a cuyo cuidado se había encomendado decorosamente la díscola muchacha.
La demora en la partida de la goleta que habría de llevarla de regreso, le causó una momentánea desilusión, de la que se consoló haciendo en Hamburgo las últimas compras, luchando por hacerse entender en los comercios con su rudimentario alemán y arrastrando a su parienta a cuanto evento interesante se ponía a tiro, que por fortuna para la madura matrona, en Hamburgo y dada las dificultades con el idioma, no eran muchas. Las posibilidades de diversión que ofrecía el distrito estaban en su mayoría en las calles cercanas al Elba y no eran aptas para damas decentes, así que se presentó en el muelle con su bastante voluminoso equipaje, un tanto temprano para su embarque.
Allí estaban las dos, esperando y enfriándose. Paradas junto a sus dos baúles, varios paquetes y un canasto de mimbre lleno de confituras, frutas y bizcochos que su tía había insistido en comprar a última hora para matizar la segura monotonía de la dieta del viaje.
El Primer Oficial la vio en el momento que el barril recién lingado, desapareció por la boca de la bodega, se acercó a Martina y se ofreció galantemente a indicarle su camarote e inmediatamente ordenó a dos marineros que se hicieran cargo de los bultos.
El camarote en realidad no merecía el nombre de tal, era apenas un sucucho oscuro con dos cuchetas estrechas a modo de cama, un balde de madera colgaba de un pitón en el mamparo para ser utilizado en forma que el decoro del Primer Oficial prefirió omitir.
Antes de retirarse le pidió a las dos damas que conservaran en el camarote lo indispensable para el viaje y le entregaran el resto para ser acondicionado en bodega.

III - PREPARATIVOS PARA ZARPAR

Al Capitán Kugelsen le agradó de inmediato aquel muchacho pulcro y dinámico que le había caído del cielo como Primer Oficial; se hizo cargo de sus responsabilidades rápidamente y parecía poner especial dedicación en aliviar al Capitán de sus trabajos. Lo hacía con tacto exquisito, siempre se ofrecía para asumir cualquier tarea con cuidadoso respeto, casi como si le fuera otorgado un favor al permitírsele resolver un problema.
Seguramente el haber estado él mismo al mando de un buque en el pasado, lo dotaba de una sensibilidad especial para tomar iniciativas sin que pareciera que invadía la jurisdicción que no le era propia o que trataba de imponer su voluntad por sobre la de Kugelsen. Cuando a último momento faltaron dos marineros, fue totalmente natural para el Capitán, transferir el asunto a De Boer que en solo pocas horas consiguió los hombres necesarios para completar el rol de la nave.
Linsen, personalmente contabilizó los cajones de porcelana de Bavaria, que fueron subidos a bordo y estibados con el cuidado que merecía. Así mismo sucedió con varias pipas de vino, estas por su gran peso fueron objeto de especiales maniobras con un aparejo de patecas combinadas entre el trinquete y el palo mayor, hasta que fueron depositadas felizmente en el fondo de la bodega.

IV - ALFREDO AMARAL CUENTA

Puedo decir que no lo conocí bastante al gringo De Boer, un mozo valiente, como no, se portó muy bien en los momentos difíciles, y mire que fue brava la cosa; además era muy bueno jineteando lo que es bastante raro de encontrar entre la gente de mar. Yo diría que en eso se parecía a nosotros, que estando aquí en la costa, viviendo de la pesca, no dejamos de ser gente de campo y de caballo.
Un muchacho llanote, se adaptó bien, mire, si hasta mate tomaba, al principio se le escapó alguna morisqueta, pero creo que le tocamos el amor propio cuando le dijimos que aquí el mate dulce lo tomaban las mujeres y eso solamente de tarde.
–“Guico el mate, Don Amagal”, me decía, muy gentil el hombre, al principio daba las gracias después de cada mate y como lo dejábamos perchado, quedaba mirando medio raro, hasta que nos dimos cuenta y le explicamos como era que funcionaba el asunto.
El otro gringo más viejo, el Kugelsen que se tuvo que quedar más tiempo por lo mal que estaba, nunca pareció sentirse cómodo entre nosotros. Tal vez fuera por la edad, los viejos somos correosos y secos. En cambio la juventud es como tiento recién lonjeado fresco y flexible. Casi se pela el veterano, estuvo unos cuantos días con una fiebre que volaba; decir que Doña Celeste es muy entendida en yuyos y tanto da que sea un parto, un empacho o picadura de yara, te saca siempre de apuro, que si por estos andurriales uno va a esperar que venga un doctor, te morís tan seguro como que hay dios, sino que lo digan los muchachos que han caído heridos por aquí, a los soldados de Rivera, me refiero. Quién iba a pensar que la guerra llegaría tan cerca, “India Muerta”, por allí nomás. ¡Qué desbandada! ¿Por dónde andará Don Frutos?... Por el Brasil tal vez... nunca se ha llevado mal del todo con los imperiales... a pesar de haber luchado junto a los “farrapos” supongo que para el hombre debe ser como elegir entre quedarse en el sartén caliente o saltar al fuego.
Con la guerra los campos han quedado despoblados de ganado; por estos pagos vamos subsistiendo con la pesca, para mí no fue difícil, un susodicho, Alfredo Amaral, aprendió a remar y a velear casi que antes de caminar.
El asunto que el mar es lo mío, conozco bien los vientos de por aquí y he navegado desde la Colonia del Sacramento hasta Río Grande, no siempre pescando claro, pero que le va usted a hacer, un hombre tiene que ganarse la vida, no hay otra, ¿no?

V - 1845

La flota de la defensa al mando de Garibaldi logra triunfos en el Río de La Plata y fuerza la apertura del Río Uruguay y la escuadra Franco Inglesa consigue abrir a la navegación el Río Paraguay luego de su triunfo en la vuelta de Obligado.
El comercio de Santa Fe y Corrientes con Montevideo pudo restablecerse para alivio de los sitiados. Ahora era Buenos Aires y la costa uruguaya controlada por el gobierno de Oribe, la que sufría el bloqueo. Los agentes de Rosas, seguían mientras tanto, gestiones secretas recorriendo la Confederación Germana del Norte, con especial énfasis en Prusia. Para intentar contrabalancear el poderío que otras naciones europeas habían puesto a favor de Montevideo y de hecho habían logrado interesar a algunos capitalistas germanos en la aventura del restaurador.

VI - EL SOBRE CERRADO

El Wilhem Erfurt era un bergantín-goleta de cubierta algo baja, por eso al salir del Elba al Mar del Norte con todo el velamen desplegado, la navegación se hizo penosa para los pasajeros, el agua frecuentemente corría por la cubierta y se hacía difícil salir sin mojarse poco o mucho.
El capote encerado y las botas eran el atavío obligado de aquellos a los que el mareo no había doblegado el modesto placer de respirar aire fresco, lo cual era un trabajo arduo y por momentos peligroso, pero abajo en el entrepuente, un olor combinado de vómitos, de sudor y de letrina tornaban la atmósfera en algo viscosamente irrespirable.
El agua que filtraba por la fogonadura del mástil de mesana, corría por el pasillo central y en ocasiones mojaba el piso colándose bajo las puertas sumando humedad a las otras incomodidades.
Al dejar a estribor la costa danesa era el momento en que el capitán Kugelsen, de acuerdo con las instrucciones verbales debía abrir el sobre con las órdenes que establecerían las normativas del viaje plantedas por la empresa además de una abundante documentación relativa a la carga. Así pues sacó de bajo de su camisa una pequeña llave y abrió un cofre que sacó de uno de los cajones de su mesa de mapas.
Tanta precaución para un barco que se dirigía a una zona de guerra no estaba de más, sin duda. En lo relativo a navegación, el derrotero indicaba evitar el Canal de La Mancha y pasar al oeste de las Islas Británicas en su camino al sur.
Entre la carta de instrucciones, facturas y otros papeles relativos a parte contable de la carga encontró un folleto en cuya cubierta se leía:
“Fusil de aguja percutora Von Dreise, Modelo 1837 Calibre 16.7 retrocarga”.
“Manual de mantenimiento y despiece”.
El Capitán Kugelsen leyó el contenido del impreso lenta y cuidadosamente, mientras lo hacía, su rostro se fue alargando y dos arrugas paralelas se profundizaron en el medio de su frente. Guardó escrupulosamente bajo llave todos los papeles; luego comenzó a cargar lentamente su pipa mientras meditaba en lo que había leído. Se trataba de un arma destinada a producir profundos cambios en la forma de hacer la guerra. Un fusil de mayor alcance que los conocidos hasta el momento, de mayor penetración, de una rapidez de carga diez veces superior merced a un cartucho que llevaba, bala, pólvora y fulminante, todo junto y que se introducía en el arma mediante el accionamiento de un cerrojo en la culata, pero sobre todo era un fusil en el que la incertidumbre del encendido de la pólvora quedaba casi totalmente eliminada y esto ponía en un nuevo estado de preeminencia las armas de fuego sobre las otras, la lanza, el arma por excelencia de la caballería, tan fácil de improvisar y por lo tanto tan accesible a los ejércitos improvisados o revolucionarios iniciaba su camino de declinación.
En las guerras, hasta el momento, la mayor cantidad de víctimas, la producían las plagas que la acompañaban; complicaciones e infecciones en las heridas. De ahora en adelante las cosas serían distintas. La muerte llegaría de más lejos y más rápido.
Kugelsen comprendía que los hombres que dispusieran de ese poder de fuego, a pie, y parapetados tendrían una capacidad mortífera hasta hoy desconocida.
El Capitán se acostó en su litera rumiando pensamientos intranquilos. En Francia, “la Monarquía de Julio” con Luis Felipe a la cabeza y Guizot como ministro se mantenía en una actitud política de inmovilidad y se mostraba reacio a toda intervención que pudiera provocar la reacción de las grandes potencias; tal vez no hubiera realmente peligro de guerra con Francia por el momento. En el Río de La Plata ya en 1840 el Almirante Makau había negociado una paz por separado con Rosas, luego el Barón Deffaudis había intentado lo mismo en 1845. El Capitán se durmió al fin, pero fue un sueño entrecortado e inquieto.

VII - EN LA CAMARA DE PROA

En la cámara de proa Hans Klein y Kurt Holtz, los dos tripulantes de última hora, aprovechaban sus horas libres para ganarles algunas monedas a los marineros que como ellos no estaban de guardia.
Willy Lanz, el timonel de la segunda guardia estaba de pésimo humor por la reiterada racha de mala suerte.
–Ustedes dos... son un par de tramposos y los voy a pescar con las manos en la masa... les juro que les corto los dedos... donde los pesque... les juro...
–Vamos Willy, no seas mal perdedor, Hans y yo somos una pareja invencible, perdieron contra los mejores, apuntó Kurt a modo de burlón consuelo.
El compañero de juego del timonel permanecía callado.
–Bueno, basta muchachos, a dormir unas horas que con el tiempo así los necesito enteritos allá afuera, intervino el contramaestre.
–Tu no te metas Tolt... esto no es asunto tuyo...
–Todo aquí es asunto mío Willy; y si digo que es hora de dormir, se apaga el farol y los muchachos buenos se van a la cama...
El tono del contramaestre era tranquilo pero nadie se equivocaba con “Hammer” Tolt, para imponerse a la marinería era necesario un hombre de carácter firme, y que pudiera demostrar cuando la ocasión lo requería que era capaz de hacer los trabajos más peligrosos y los más difíciles; mejor que el mejor.
A Tolt no le faltaba ninguno de los atributos requeridos para capatacear a todos aquellos hombres de mentalidad primitiva a los que la áspera vida de abordo no había añadido ningún barniz; una de sus virtudes principales era la que le había valido el apodo de “Hammer”: y era que tenía una pegada de martillo.
–Está bien Tolt... pero no tires demasiado de la cuerda... refunfuñó Lanz, al tiempo que su mano se apoyó en la cadera cerca del cuchillo.
Tolt lo miraba tranquilo pero alerta, esperando la decisión del otro.
La lluvia redoblaba en la escotilla cerrada y el aire allí abajo estaba húmedo y denso, olía a perro mojado y tabaco rancio. El piso de compartimiento subía y bajaba al ritmo de la marcha del barco. Nadie decía nada, algunos ni siquiera miraban.
–Si me permiten pagar la vuelta tengo un porroncito por allí, una ginebra para llamar el sueño no hace daño a nadie, ¿me permite Señor Tolt?
–Bien Klein, una, pero ya hablaremos ustedes dos y yo, ¿de acuerdo?
–Por supuesto, lo que usted diga, Señor Tolt.
El timonel bajó la mano lentamente y se sentó otra vez tomando el jarro por el asa, la goleta clavó su proa entre dos olas y el agua corrió espumosa como la buena cerveza barriendo la cubierta y luego se fue por los imbornales. El stay del trinquete acusó el esfuerzo y se tensó un poco más, lo que hizo que el viento diera una nota más aguda en su silbido.

VIII- ALFREDO AMARAL

Si señor, un hombre tiene que ganarse la vida; y si no siempre fui pescador, es porque también transporté mercaderías varias, de aquí para allá y de allá para aquí, contrabando dirán, bueno llámele como quiera, el asunto de las fronteras nunca estuvo bien definido por estos pagos y si suma que la cosa ya había empezado con los españoles... es que si no... no hay quien viva... fíjese lo de las velas nomás, con todo el cebo que había en ese ganado que andaba por allí, ¿a quién se le ocurre prohibir la fabricación de velas?, y decretar que había que traerlas de España.
No señor, que nadie se anime a señalar con el dedo al viejo Alfredo Amaral que después de todo hace lo suyo y no jode a nadie. Compáreme con esa gentuza de Montevideo, allí se hace plata con la guerra, con el asunto del bloqueo a Buenos Aires el comercio en Montevideo anda muy pero muy bien, se construye mucho, se hacen festicholas de lo lindo con los Unitarios porteños y mire usted lo que son las cosas, parece que los mercachifles esos no quieren la paz.
Rivera, dicen, que quería amigarse con Don Oribe y hay quien opina que este no toma Montevideo porque no quiere, que fuerza le sobra y al final resulta que la paz no se hace porque la guerra es buen negocio. Pero en estos líos los que ponemos los muertos somos siempre los que no tenemos nada... y le voy a decir otra cosa, que ya que empecé a prosiar, mejor hecho todo el entripado para afuera, ya venían sacándole a la gente la tierra. La tierra que el General Artigas había repartido allá por el 15 y el 16 y ahora después de la derrota de Don Frutos en India Muerta la cosa va al galope.
Claro, al afirmarse Oribe, los porteños quieren cobrar la plata que pusieron para la cruzada del petiso Lavalleja y allí andan en eso Larravide, Velazteguy, Lezica, Anchorena, y ya que están reivindican las tierras de los monopolistas españoles que ahora ocupaban los paisanos artiguistas.
Por otro lado, créame, los franceses, los tanos y los ingleses han venido aquí, a ver que tajada se pueden llevar. Si me pregunta a mí, le diría que no se precisa esa gente para nada. Rosas con eso de favorecer a Buenos Aires como puerto único se va a echar en contra a todas las provincias. El solo se va a cavar la fosa, acuérdese de lo que le digo; nadie puede atar esos dos gatos por la cola.

IX - EN LATITUDES MÁS BAJAS

Al llegar a latitudes más bajas, la vida en el barco se hizo más tolerable, en los días de buen tiempo hasta llegaba a ser agradable.
Frecuentemente Martina y su tía paseaban por cubierta, inclusive cuando el viento era favorable proporcionaba una navegación serena. Se sentaban al sol en sus respectivas sillas de lona, Martina tenía curiosidad por todo lo que hacía a la vida a bordo: el manejo de las velas, las observaciones astronómicas para obtener la posición de la nave; interrogaba incansablemente al Capitán y al Primer Oficial, y aún al menos experto Reuter, el imberbe Segundo Oficial recién salido de la Escuela de Náutica.
La tía Mariana se había cansado de decirle que era el suyo un comportamiento inadecuado y que una dama de su posición social no debería interesarse por tales asuntos e insistía en enseñarle a bordar. Como la travesía, forzosamente lenta, predisponía a cualquier cosa que pudiera significar entretenimiento, Martina había aceptado la labor de aguja y se estaba aplicando en bordar un mantel. El verdadero evento de importancia lo constituía la cena. La selección del atavío, el despliegue de ingenio para introducir alguna variación en el exiguo vestuario que había conservado. En el camarote era un desafío a su natural coquetería juvenil. De Boer siempre galante y caballeroso, se mantenía un poco distante, como quien sabe cual es su lugar y su lugar era ni más ni menos el de un hombre casado, pero aún si no lo hubiese sido la pretensión de un Oficial de Marina Mercante ante una rica heredera era algo fuera de toda posible consideración. El compartir la mesa era parte del ritual de la vida del barco en el que los oficiales alternaban con los pasajeros distinguidos.

X - EN LAS VELAS ALTAS

–Klein, tú te vas a hacer cargo del sobrejuanete de proa y tu Holtz del juanete.
–No hay problema, Sr. Tolt, nos tendrá usted a los dos en las velas más altas, ¿no querrá librarse de nosotros mandándonos al puesto más peligroso? El tono de Klein era burlón...
–Mira Klein, no vuelvas a hablarme así, si no quieres que me enoje, si yo quisiera librarme de ti lo haría de frente, no acostumbro a poner trampas a mis hombres.
Tolt había usado el posesivo “mis hombres” con una naturalidad que lo hacía realmente dueño de vidas y destinos a bordo, su gesto distendido al levantar sus enormes manos abiertas con su velludo dorso inclinado levemente era aún sin pretenderlo su dueño, una amenaza latente.
–Acá se trata de algo muy simple, vamos al Río de La Plata, hay tres escuadras bloqueando Buenos Aires, vamos a tener que escurrirnos entre los franchutes, los ingleses y los garibaldinos; este es el primer viaje que ustedes dos hacen conmigo y no voy a esperar a último momento para ver lo que dan. Las velas altas, se sabe, que son la más peligrosas, necesito que todo el mundo responda bien cuando las papas quemen y hay algo de lo que no te debe quedar ninguna duda, van a quemar mucho.
Así que a bailar allá arriba chicos, vamos a ver si aparte de jugar a las cartas y algún trabajito en cubierta son capaces de hacer algo de lo que hacen los marinos de verdad; con las cangrejas cualquier señorita puede.
–No tendrá queja de nosotros señor Tolt...
Holtz seguía callado, en cambio Klein parecía divertirse mucho con la situación.
Cuando la campana anunció el cambio de guardia comenzaron a trepar por los flechastes de la obencatura del trinquete, sin que realmente hubiera nada que hacer allá arriba, dado que el viento no había cambiado, se sentaron cada uno en la percha asignada y conversaron animadamente sin levantar la voz nada más que lo imprescindible para oírse.
– ¿Y compañero, qué tal se adapta a la nueva vida, esto no es como la academia... no es así?
–Me tenía harto la academia... quieres hablar en alemán por favor...
–Nadie nos escucha aquí arriba, podemos hablar en chino y sería lo mismo...
–No es el caso, tú lo sabes.
–Viejo amigo, si hubiera sabido que te ibas a poner tan pesado no te hubiera propuesto que te embarcaras conmigo.
–No quiero terminar colgado de una cuerda por una imprudencia tuya, y ya deja de molestar al contramaestre, estás caminando por el filo y el tipo no es tonto, se da cuenta de que lo estás pulseando.
–Tolt en el fondo me simpatiza, no es mal tipo para lo que suele encontrarse de contramaestre.
– ¿Por qué no te dejas de bobear con él y lo tratas con un poco más de comedimiento?
–Cálmate, lo que tenga que ser será, ¿no lo crees así?
–No, no lo creo así, más bien pienso que la necesidad se expresa en la casualidad.
– ¿Y eso qué quiere decir doctor?
–Que de tanto joder aquí arriba un día de casualidad te puedes caer, pero si no subes no hay posibilidad de que te caigas y si has de morir tendrá que ser de otra cosa.
–Caramba compañero, eres un genio. ¡Qué pensamiento tan profundo! –se burló Klein– vamos a ver si le robamos algo al cocinero, ¿pensar tanto no te da hambre?
–Quiero decir que no creo en la predestinación... no, al infierno... quien me manda a discutir con un cabeza cuadrada como tú...
–Bueno, no presumas tanto, que si fueras tan inteligente habrías terminado tus estudios y no estarías aquí.
–Que hijo de mala madre, ahora me viene echando en cara su invitación.
–Vamos abajo hombre, te tomas la vida demasiado en serio y no vale la pena porque es muy corta...
– ¿Quién se mete a filosofo ahora? Holtz seguía molesto y enfuruñado, pero aún así siguió al otro que con movimientos de animal selvático descendía a la cubierta.

XI - FIESTA DEL CRUCE DEL ECUADOR

El cruce del Ecuador alteró la monotonía de la vida en la goleta. Durante el día se realizaron las ceremonias y juegos tradicionales en las que los pasajeros que no habían cruzado nunca fueron mojados con agua de mar y sometidos a las bromas rituales. Después de la cena se improvisó una pequeña orquesta y se bailó en cubierta. Reinaba una de esas clásicas calmas ecuatoriales, la goleta parecía flotar en un lago de melaza. Se habían colocado faroles que ayudaban a crear un ambiente festivo y a la vez misterioso.
La luz de las vacilantes llamitas rebotaban en el blanco de las velas dándoles un aspecto solemne y se reflejaba en el mar en una amplia zona que tenía por centro el propio barco.
El Capitán Kugelsen, demostrando un gran sentido de la oportunidad y una muy fiel interpretación de la filosofía comercial de las líneas Roth und Hummel, había organizado una velada exquisita en la que no faltó tampoco la buena bebida. Se repartió cerveza a la tripulación y los oficiales y pasajeros pudieron disfrutar de los mejores vinos del Rhin y excelentes quesos holandeses. Recostados en la borda y un poco apartados Martina y el Primer Oficial contemplaban la luminiscencia del mar.
–No conozco Buenos Aires, la única vez que estuve en El Plata fue en Montevideo.
–No son buenos tiempos para mi ciudad con el bloqueo y la guerra...
–De la guerra va a surgir una situación distinta, siempre sucede así, su mundo va a cambiar señorita... también Europa está cambiando, el poder absoluto de los reyes está siendo cuestionado... los inventos modernos están cambiando el modo de vivir...
–Algo he podido notar, los aristócratas por ejemplo ya no desdeñan a una rica heredera de origen plebeyo y se dan matrimonios así, que según me han dicho eran impensables años atrás.
De Boer rió de buena gana.
–Una visión de los cambios muy femenina, la historia vista a través de la institución del matrimonio...
– ¡Oh! no piense usted que me quita el sueño el matrimonio... muy por el contrario...
– ¿Qué le quita el sueño entonces?
–La injusticia por ejemplo.
El hombre prefirió seguir en un plano más personal y evitó la vertiente ética que tomaba la charla.
– ¿Compensan los malos ratos pasados con las ventiscas del Báltico y tanto “mal de mer” estas noches tan calmas señorita?
–No lo sé, realmente no lo sé... es una noche encantadora, sin embargo...
–Sin embargo...
–Nada, nada... sabe que encontraba algo conocido en su modo de hablar el francés.
–Es que soy de Sarrembruck, por ser fronterizos casi todos lo hablamos, pero no puede esperarse que lo hagamos con acento de “paribeau”.
–Por el contrario... encuentro su acento plenamente toulousienne…tal vez estuvo por allí…tal vez tuvo usted alguna novia de Toulouse…
Martina lo miró ahora con los ojos colmados de picardía y una sonrisa traviesa.
-Si va a atribuirme una novia en cada puerto le recuerdo señorita que Toulouse no es puerto de mar… solicito indulgencia…
De Boer seguía el juego y también en sus labios bailaba una sonrisa.
-¿Nunca navegó por el Garona entonces? Preguntó ella con doble sentido.
-Definitivamente no.
Contestó él pasando por alto la doble intención.
Quedaron los dos callados mirándose a los ojos, súbitamente serios y muy cerca, él levantó un poco su brazo, pasó suavemente los dedos por la mejilla de la muchacha y bajando lentamente la cabeza buscó sus labios.
-No,…no…por favor…susurró ella recostando su frente en el pecho del hombre.
Pero fue solo un segundo, luego aplicando con suavidad sus dos manos casi en el mismo lugar donde había descansado su cabeza un poco antes, lo apartó despacio.
–No, discúlpeme por favor, no quise molestarla, murmuró De Boer incómodo
–No, no, no es eso Franck... es que tú... tú...
–Que yo qué, preguntó desconcertado.
–Tú eres casado...
– ¡Ah! es eso... claro... y meneando la cabeza dubitativamente repitió:–Claro...
Luego se alejó con los ojos fijos en la tablazón de cubierta pero su mirada estaba muy lejos de allí.
De Boer se presentó ante Reuter que estaba de guardia cerca del timón y encarándolo dijo:
–Está relevado Reuter... vaya a disfrutar un poco de la fiesta si gusta.
–Gracias señor De Boer... ¿manda algo más antes de retirarme?
–Carajo, Reuter, ¿quieres dejarte de bobadas e irte de una buena y santa vez?
–Si señor... contestó asombrado el muchacho.
–Si señor...

XII - EL TROPIEZO DE AMARAL

Yo creo que Don Justo le hace honor al nombre, Entre Ríos no tiene por qué subordinarse a la autoridad de Buenos Aires con su monopolio portuario, pero con sus rentas de Aduana apretadas por la gobernación de la provincia; por eso trabajé para él y seguiría haciéndolo, si no fuera por un golpe de mala suerte que me sacó del juego.
Si señor, Alfredo Amaral así como lo ve era de che y vos con Don Justo. Supe entrar y salir del Palacio de San José como si fuera mi casa y no me pregunte cuantos viajes hice para él, con mi pinaza, porque no los conté, de Entre Ríos a Montevideo con oro o con cueros, de regreso a Entre Ríos con mercadería europea, de allí para Buenos Aires con mercadería europea que ya no era europea, no se si me entiende, y si no, no lo culpo, son cosas de la política.
Yo solo soy un marino y llevaba la carga donde se me indicaba, y como le dije, todavía seguiría en eso si no fuera porque tuve un mal tropiezo y una fragata porteña me taló el mástil de un cañonazo, como usted sabrá, Rosas había prohibido la salida de oro de la Confederación, así que si me agarraban lo más probable es que terminara fusilado, previo paso por un interrogatorio de “la mazorca”...
–A cuál de las dos cosas más fea ¿no es así?
Y bueno, no me quedó más remedio que darle unos hachazos en las tablas del casco y mandarla al fondo a la pobre pinaza.
Tuve que ganar la costa a nado y como las cosas entre Urquiza y Rosas no andaban bien, tampoco era asunto de dejarme degollar por algún “defensor de las leyes” demasiado entusiasta. Así que me fui escondiendo y me alejé en cuanto pude, cómo llegué hasta aquí de regreso se lo cuento otro día. Como no hubo tiempo de tomar marcación alguna, ese oro de Don Justo, ni mandinga lo saca del fondo del río, y yo que quiere que le diga...
Confianza sé que el hombre me tenía, pero el oro es algo por lo que muchos hombres llegan a matar, y como no me interesa arriesgar el cuero para averiguar hasta donde llegaba esa confianza, pensé que era mejor tomar las de Villa Diego. Después de todo no puede uno presentarse así como así y decirle tan fresco.
–Mire patrón, le perdí el oro que le llevaba para Montevideo... decírselo así tan fresco y luego agregar algo así como:
–Mire, yo le serví lealmente y tuve un mal encuentro... a cualquiera le pasa... y luego tal vez agregar algo humilde, como decir:
–Deme la oportunidad de servirlo en algo, lo que necesite, quiero mostrarle mi buena fe.
Pienso que algo así podría ser aceptable en caso de algunos cueros perdidos, pero no con oro, no señor, con oro no.

XIII - UNA MUERTE MISTERIOSA

La desaparición de “Hammer” Tolt no tardó nada en notarse, no podía ser otra manera en un barco pequeño, y menos tratándose del contramaestre.
Nadie consideraba probable que un hombre de la experiencia de Tolt hubiera caído por la borda, máxime con buen tiempo y navegando con viento de aleta, casi en popa, lo que hacía que el andar del barco fuera estable y con un mínimo rolido.
El Capitán ordenó revisar palmo a palmo toda la goleta.
Luego de algunas horas de búsqueda, Tolt apareció en la bodega; tenía una puñalada en el pecho, un corte profundo en la garganta que había sido el definitivo; presentaba varios cortes en las manos y antebrazos, se había defendido, pero el ataque debió de ser tan rápido como inesperado.
Kugelsen comenzó la investigación de rigor. Uno por uno se entrevistó con todos los miembros de la tripulación. Conocida por todos la mala relación que sostenía Willy Lanz con el contramaestre hizo de él el principal sospechoso. Willy tenía sin embargo una coartada sólida, había estado al timón en las horas que se estimaba había muerto el contramaestre. Hans Klein fue interrogado acerca de un sospechoso golpe que le había abierto la ceja izquierda pero Kurt Holz juró por él, atestiguando que había tropezado en la escalera de la cámara de proa.
La investigación estaba estancada y otras ocupaciones más urgentes reclamaban la atención del Capitán. Durante la búsqueda se había puesto de manifiesto una peligrosa e inexplicable alteración de la carga, varias cuñas que sostenían los toneles de vino estaban fuera de lugar y los largos cajones que contenían la delicada cerámica estaban sueltos, cuando deberían estar sujetos de cuatro en cuatro con un grueso cabo de seguridad como había dispuesto De Boer cuando supervisó la estiba de la carga. La sensación de que algo andaba mal acosaba a Kugelsen, aquel sobre de instrucciones cuyo contenido había hecho que perdiera el sueño muchas noches durante la travesía, se sumaba ahora con la muerte de Tolt.
Kugelsen había perdido algunos hombres en otros viajes, eso era algo inevitable en las duras condiciones de navegación a vela; pero jamás en toda su carrera se había cometido un asesinato en un barco suyo, ni antes ni después de asumir el comando. ¿Peleas a bordo?, claro que sí, las hubo siempre, era casi natural dado el obligado confinamiento en el reducido mundo de un barco y la forzada convivencia de hombres con caracteres dispares, pero nunca algo tan brutal. El tajo que había enmudecido la voz de Tolt había también cortado los restos de tranquilidad que podían quedar en el espíritu del Capitán. Mas tarde, con los hombros encorvados ordenó las medidas necesarias para el sepelio del contramaestre

Martina y De Boer pasaron varios días sin verse luego de la conmoción ocasionada por la muerte de Hammer Tolt. La joven permaneció recluida en su camarote. El retorno del mal tiempo no favorecía el bienestar de los pasajeros y entre la tripulación una ominosa nube de desconfianza y temor se había posado sobre el ánimo de los hombres.
La historia de la misteriosa muerte de Stein, el oficial al que ahora sustituía De Boer, se había filtrado sin que nadie supiera cómo y a medida que se trasmitía de boca en boca se distorsionaba y se hacía mas tenebrosa.
Entretejida con suposiciones y dudosos hechos que algunos juraban de buena fuente y una buena dosis de fantasía, era relacionada con la muerte del contramaestre de dos o tres maneras distintas. Los más supersticiosos atribuían la muerte de Tolt al fantasma de Stein que decían volvería para vengarse uno por uno de todos los hombres de la tripulación por algún misterioso y supuesto agravio que no se mencionaba en voz alta.
Otros decían que “Hammer” habría descubierto un contrabando y por eso había sido eliminado; nadie lo decía claramente pero había quienes pensaban en algún negocio turbio del Capitán o de la empresa armadora misma, cuyo agente infiltrado en la tripulación habría sido el responsable de silenciar al indiscreto las estibas sueltas de sus amarras de seguridad.
Para otros abonaba la idea de un alije en alta mar para vender la carga en Río de Janeiro, idea esta que no se contradecía sino que se complementaba con la anterior.
Lo que el señor Roth había querido evitar se estaba dando y en una proporción alarmante, el fermento leudante del rumor hacía crecer y desbordar la historia de aquel penoso episodio.
El Capitán ordenó una vigilancia continua con un hombre en la popa durante las horas diurnas y uno a cada banda durante la noche, medida que no hubiera extrañado a nadie en las inmediaciones del Río de La Plata, pero apenas estaban en latitud del Golfo de Santa Catalina, situación que condujo también a especulaciones más o menos en el mismo sentido.
Vinieron varios días en que una brisa débil parecía llevarlos de un banco de niebla a otro como si la grisura del ambiente quisiera sumarse a la de los ánimos ya decaídos.
Esporádicamente en la punta de los mástiles aparecían fuegos de San Telmo, los marineros se llamaban la atención con el codo y los señalaban con un movimiento de cabeza sin pronunciar una palabra.

XIV - AMARAL

Al hundir mi pinaza perdí todo lo que tenía menos lo puesto, así que al volver aquí, que es más o menos el rincón donde empezó mi existencia tuve que empezar de cero.
Primero construí un “bendito” allí para el lado del bañado, pensé en conchabarme como peón pero con la guerra el campo fue quedando despoblado y no había trabajo, y también creo que le había tomado el gusto al mar. Después de una temporada en la que hice alguna salida en barca ajena y algunos trabajos en tierra calafateando, me fui acomodando mejor. Así que ahora ya me ve, tengo un ranchito modesto pero en el que entro parado y no me faltan ni catre ni cojinillos para dormir cómodo.
El mar aquí es generoso, no solo nos da pescado, madera no falta nunca en la playa ya sea troncos o tablas y muchas cosas que ni se imagina después de temporales grandes; hasta algunas monedas de oro se han encontrado en la arena, si alguna vez sale a caminar hágalo por la línea de la resaca a lo mejor tiene suerte.
No quiero que se equivoque, la vida aquí no es regalada, el trabajo es duro y uno lo ve en los viejos, se termina baldado por el reuma, alguno ni eso, porque hay veces que se da, que alguna barca no vuelve, en alguna ocasión el mar después de unos días devuelve el cuerpo, en otras ni siquiera eso.
La ventaja más grande que tiene para mí este rinconcito, es que es tan apartado que no llega la leva de ninguno de los dos bandos. Se lo digo con sinceridad, yo no quiero ser carne de cañón de nadie, una cosa es que me juegue el cuero para vivir, otra que me lo juegue por algo que ni me va ni me viene.

XV

Al atardecer, unos segundos después de haber desaparecido el sol del horizonte, con el cielo morado pujando con las primeras sombras se escuchó nítidamente:
–¡¡Barco a la vista!!... a proa un octavo a babor.
El grito del vigía encontró a De Boer en cubierta como si hubiese estado esperando el acontecimiento.
–¿Qué bandera?
–Francesa, Señor De Boer... hace señales con un fanal.
–Ya veo... será mejor que las conteste...
De Boer estaba repitiendo la señal que recibió de la fragata francesa cuando llegó a su lado el Capitán.
–Por el amor de dios, Señor De Boer, ¿qué es lo que hace usted?
–Me pareció mejor contestar a sus señales Capitán, después de todo ya nos había visto...
–Ordene inmediatamente al timonel rumbo doscientos diez grados, disponga la maniobra inmediatamente, si nos gana por barlovento estamos perdidos...
–Si señor, por supuesto, enseguida...
El sonido de la campana, los gritos de los hombres subiendo a las velas cuadradas y las carreras sobre cubierta de los marineros que reorientaban las velas cangrejas, aunque se hizo rapidísimo pareció a Kugelsen una eternidad. El cambio de rumbo enlenteció un tanto la marcha y por unos angustiosos segundos la banda de la fragata con su fila de troneras quedó a la vista.
–Las portas están cerradas, no esperaba la maniobra evasiva, dijo alguien.
–Pero quedamos entre él y la costa y la próxima vez no habrá sorpresa, el sombrío comentario lo había hecho Willy Lanz quien era justamente el que estaba al timón.
–Silencio... navegación sin luces, apaguen todos los faroles.
Lo último que vieron fue a los tripulantes del barco francés corriendo a la maniobra procurando un cambio de rumbo que les permitiera interceptarlos; luego las bocas de los cañones aparecieron con su promesa de fuego y metralla. Esto ya no lo vieron porque la oscuridad ganó la partida y piadosamente dio a la indefensa goleta otra oportunidad.
Luego de dos horas de navegación el Capitán ordenó un nuevo cambio de rumbo que esta vez fue sur clavado y antes de retirarse a su camarote reforzó la vigilancia, un hombre en la cofa y dos en cada banda.
De Boer y Reuter se turnaron en la guardia nocturna que transcurrió sin novedad. Una luz lechosa y un cielo encapotado fue recibida con temor de que el amanecer acarreara la ruina, pero la mañana se fue arrastrando sin novedad hasta que al mediodía, luego de asomarse apenas el sol volvió a desaparecer y Kugelsen aprovechó para tomar una recta de altura que le permitió calcular la posición del barco. Este se encontraba más cerca de tierra que lo acostumbrado en esas travesías, pero no era una situación preocupante.
La tarde transcurrió entre chubascos y neblinas y siguieron enzarzados en un peligroso juego de escondidas con la fragata francesa.
Por primera vez en el viaje los pasajeros dieron la bienvenida al mal tiempo, los que concurrieron al comedor lo hicieron con la angustia marcada en el semblante. Los oficiales hicieron todo lo posible por quitarle entidad al peligro, pero ninguno de ellos se engañaba; la cacería había comenzado.

XVI - AMARAL

No sé si será por la guerra, pero muchas veces tengo la sensación de que nada es lo que parece ser. Cuando nos llegaron por aquí la noticia de la tragedia publicada en el periódico había varios detalles importantes que no coincidían con lo que yo vi.
Aquí la noticia tal como fue publicada en “El Recopilador de las Leyes”, Villa Restauración: 5 de mayo de 1845,
Nueva tragedia en la costa de Castillos.
El veintinueve de abril, la Wilhelm Erfurt, goleta de Hannover, consignada a la agencia Roth und Hümmel, afectada a la línea Hamburgo - Sudamérica, naufragó frente a las costas de Castillos.
Según expresa nuestro corresponsal, el día del naufragio amaneció con una densa niebla, lo que se estima fue la causa del desgraciado suceso.
Hay que lamentar la muerte de algunos pasajeros y tripulantes, así como la pérdida total de la carga, que según informa la agencia, consistía en varias pipas de vino del Rhin y sesenta cajones de porcelana de Bavaria.
El capitán, Sr. Rolf Kugelsen y su primer oficial Sr. Frank De Boer, vienen en camino hacia esta villa, en tránsito para Buenos Aires.
Luego de ganar la costa haciendo uso de botes salvavidas, balsas y a cuanto elemento flotante se pudo recurrir; los infortunados náufragos fueron recogidos por hospitalarios pobladores de la zona, que no dudaron en resignar sus precarias comodidades, para dar auxilio a estos desgraciados que habían quedado sólo con lo puesto.
El artículo continuaba explayándose sobre las virtudes de los pobladores de esta franja costera, aprovechando para desmentir la fama de ladrones de naufragios que tenemos los pescadores de por aquí, para terminar argumentando a favor de la construcción de un faro en Cabo Polonio.
El caso es que ese fatídico 29 de abril a la hora del accidente no había niebla, sino un fortísimo temporal del Sureste, el cual por esta zona es el viento más peligroso; tal era el día, que no habíamos salido a pescar y yo recorría la playa juntando la madera que el mar arrima siempre que sopla viento del cuadrante sur.
La goleta alemana navegaba demasiado cerca de tierra y pronto se hizo evidente que iban a pagar caro esa imprudencia.
Cuando lo inevitable se consumó, salimos en varias barcas y rescatamos a todos los que pudimos, pero el barco se partió al medio a poco rato de embicar y se hundió rápidamente.
Uno de los botes salvavidas se volcó y sólo pudimos rescatar un pasajero, una joven porteña que regresaba de Europa, la Srta. Martina Ulloa.

XVII

El cañonazo levantó un surtidor de agua a proa de la goleta, por un momento pareció llovido del cielo. Un segundo después la fragata francesa emergió lentamente de un banco de niebla.
–Barco a babor, gritó el vigía de la Cofa, y agregó sin que nadie lo preguntara:
–Bandera francesa.
–Noventa grados a babor, rumbo doscientos setenta ordenó el Capitán; ahora había sido Kugelsen el que parecía que había estado esperando el encuentro.
–Perdón señor, ¿dijo doscientos setenta? eso es directamente hacia tierra, intervino Reuter que había llegado corriendo.
–Escuchó bien Reuter, rumbo oeste. Todavía hay agua entre nosotros y la costa. No tenemos otra opción si no queremos enfrentarnos a esos cañones con nuestras dos culebrinas. En el casco embreado de la fragata asomaban ya las bocas de los cañones cargados antes de abrir las portas de las troneras, Kugelsen sudaba imaginando a los apuntadores midiendo el tiro para la primera andanada. Sobre cubierta y en los obenques la tripulación se preparaba para el abordaje.
–Izen bandera amarilla, Reuter, ¿dónde diablos está De Boer?
–No lo sé señor... ¿es decir bandera de sanidad señor?
–Si, rápido señor Reuter, si podemos ganar un solo minuto con bandera de cuarentena será la diferencia que nos permita virar.
Cuando el cañoneo y el abordaje ya parecían un hecho consumado, la fragata viró apartándose. La estratagema había dado resultado. El momento de vacilación conseguido permitió a la goleta perderse en un banco de niebla.
Los cañones de estribor del navío francés dispararon a ciegas, las balas cayeron muy cerca pero en el agua, menos un par de balas encadenadas destinadas a los mástiles que causaron daños en el alcázar.
El breve momento de vacilación producido gracias a la fatídica bandera amarilla, había logrado una descoordinación entre el oficial de cubierta y el de artillería, lo que permitió a la Wilhelm Erfurt escapar una vez más. Algún pasajero despistado podía aún ignorar la situación pero los recursos se estaban agotando y más que nadie lo sabía el Capitán Kugelsen.
Navegaban muy ceñidos a tierra en una costa poco conocida con el enemigo cortando su salida hacia alta mar. Corrientes traicioneras, bajíos no señalados en la carta y vientos caprichosos y la amenaza de anomalías magnéticas en la brújula por vicio de la aguja al haber mantenido durante semanas un rumbo de componente sur muy marcado.
Los pasajeros se dieron cuenta de lo sucedido cuando ya todo había pasado, si bien los daños causados por el único tiro recibido eran testigo elocuente del peligro que habían corrido. El Capitán Kugelsen se esforzó por quitarle gravedad a la situación y con instintiva sicología puso a trabajar al carpintero del barco, reforzado con dos ayudantes improvisados, para restituir al alcázar su aspecto normal en el menor tiempo posible.
El Sr. Roth insistía constantemente en decirles que él y el invisible Sr. Hummel, principal accionista de la empresa, consideraban la imagen de seguridad de la las líneas R y H como algo de vital importancia para el negocio. Con los cañones de cuatro naciones coaligadas en Montevideo acechando las naves con destino, o provenientes de Buenos Aires no iba a ser empresa fácil cumplir con esa exigencia amén de la otra que ocupaba un elemental primer lugar: llegar a puerto. Por eso el marinero que estaba de vigía en la cofa pasaría una semana encerrado a régimen de galleta y agua, semana que se le descontaría de su paga normal y solo la presencia de pasajeros a bordo le salvaron de un castigo más severo por haber permitido que el enemigo disparase, sin ser visto, aquel primer cañonazo.

XVIII - AMARAL

Que surestada, amigo, de padre y señor mío, vamos a arrimarle madera al fuego, para que pasar frío si cuando este viento amaine en la playa vamos a tener mucha madera que podremos juntar. Tal vez salga mañana de mañana, después de amarguear, tampoco hay que dormirse, el mar así como las trae también se las lleva y los vecinos, no son muchos, pero también juntan leña.
Este caserío ha crecido algo en los últimos años, haría falta una escuela para los gurises; un doctor tampoco vendría mal o por lo menos un camino mejorado por donde poder sacar al que precise asistencia en un carro ¿vio? Pero mientras no termine la guerra yo no creo que sean cosas que podamos tener, ya ve que damos vuelta a las cosas y terminamos siempre en lo mismo: la guerra.

XIX

El encuentro entre Martina y Frank se produjo al pie de la escalera en el pasillo central a pocos metros del camarote que la muchacha ocupaba con su tía. Una semi oscuridad cómplice facilitó al Primer Oficial un diálogo a solas, que éste, había estado meditando desde el primer encuentro con el navío francés.
–Martina, la situación es muy grave, tenemos a los franceses encima, la suerte se nos está terminando... cuando empiecen los problemas trata de estar pronta para abandonar el barco...
–¿Es tan grave el peligro, Frank?
–Si, lo es, te lo aseguro... si sucede lo peor no lleves nada superfluo y sobre todo ponte ropa abrigada, se siente mucho frío cuando uno está obligado a estar en un bote salvavidas, mojado, sin moverse y sin comer.
La muchacha contuvo un estremecimiento estrechándose a sí misma con sus brazos.
–¿Alguna vez has estado en una situación así... a la deriva en un bote... en un naufragio.
–Martina, yo he estado en muchos lugares, pero no es este el momento de contarte mi vida, cuida de tu tía y no se separen, sobre todo estén alerta día y noche. Sería mejor que se acostaran a dormir sin quitarse la ropa. Tengan pronta una garrafa con agua y alguno de esos dulces si todavía tienen, pero sobre todo agua, en el mar, el principal problema después del frío es el agua.
–¿Estamos muy lejos de tierra, Frank?
–No, no lo estamos y eso es parte del problema, pero en un bote se han dado casos de estar cerca y no poder llegar... por el viento o las corrientes, ¿me entiendes? no quiero asustarte pero es absolutamente necesario que sepas la verdad. El capitán va a esperar a último momento para dar la alarma y es lógico que así lo haga, pero yo no me perdonaría nunca si llega a pasarte algo. Ella lo miró largamente, en silencio, con todo su desasosiego interior asomando a sus ojos y preguntó con un toque de desesperación sofocado en su voz
–¿Por qué Frank? ¿Qué me hace especial?
–Porque en el amor y en la guerra todo vale, fue la enigmática respuesta.
–Frank ¿tú me estás hablando de amor?
–Basta, por favor Martina, ahora no tengo tiempo para estos juegos, ni para tus ñoñerías de niña pacata, está claro que hay una línea que decidiste no cruzar...
El rubor de la muchacha comenzó en las mejillas y subió hasta las pequeñas orejas tornando a un tono púrpura intenso.
–Sr. De Boer, el capitán solicita su presencia... en el puente, por favor señor.
Reuter había aparecido en la escalera bajando desde cubierta.
–Por supuesto Reuter, inmediatamente voy.
Aliviado de poder abandonar el diálogo que estaba tomando un giro indeseado, De Boer dejó a Reuter atrás y fue directamente al puente.
–Capitán...
–Sr. De Boer, quiero que se mantenga doble guardia de vigías de día y de noche; estamos apretados contra la costa y si no tenemos un cambio de viento no vamos a poder sacudirnos de encima a los franceses. Conozco mi barco y también a esas fragatas, con viento de amura los dejaríamos atrás sin problemas; por ahora instruya a los pasajeros a que no enciendan luces innecesarias y haga cubrir los ojos de buey con tela oscura...
–Reuter, usted ordene a la tripulación que nadie levante la voz, no quiero gritos ni que nadie fume en cubierta, las luces de navegación continuarán apagadas hasta que yo lo indique.
–Así se hará señor, a propósito de la tripulación, interpuso De Boer, se hecha de menos la falta del Contramaestre en el rendimiento de los hombres, yo había pensado en Klein para sustituirlo...
–No estoy de acuerdo Sr. De Boer, no lo conocemos lo suficiente para confiarle ese puesto y menos en una situación tan delicada como la que nos encontramos. Tendremos que seguir así, ocúpese de supervisar personalmente las amarras de la carga, lo último que queremos es que se nos compliquen más las cosas por un descuido en ese sentido, ¿de acuerdo?
–Sí, señor, naturalmente.
–Además quiero que usted y el señor Reuter verifiquen la posición de barco al menos dos veces en cada guardia y no solo por cálculo de estima, también por cálculo astronómico si las condiciones lo permiten y si se avistara la costa debo ser notificado de inmediato y se tomarán triangulaciones, quiero lecturas horarias de la corredera anotadas en cada guardia, ¿entendido?
–Si señor, contestaron a dúo los dos.
–Reuter, tome la guardia, no dude en despertarme si sucede algo.
–El viejo está preocupado, comentó Reuter, después de que el capitán hubo salido, luego se ruborizó violentamente al darse cuenta de su desliz.
De Boer arqueó una ceja y con una media sonrisa preguntó.
–¿Y usted no señor Reuter?
–Sí señor, lo estoy pero...
–Pero… –lo animó De Boer–.
–En último caso no estamos en guerra, al menos no es nuestra guerra...
–Entonces... lo alentó nuevamente a continuar De Boer.
–No me interprete mal Sr. De Boer, no es que yo tenga miedo, pero creo que el Capitán hubiera debido permitir que inspeccionaran el barco en el primer encuentro, está de por medio la seguridad de los pasajeros. Somos una nave desarmada, porque esas dos culebrinas son precauciones yo diría policiales, no verdaderas armas de guerra y al fin un bloqueo en zona bélica es algo digno de tomarse en cuenta...
–Digamos señor Reuter, que según las responsabilidades de cada uno es como a veces se ve diferente la misma realidad... el viento parece afirmarse del sur este, creo que tiene trabajo por hacer, me retiro para no distraerlo...
–Como usted diga Sr. De Boer, le agradezco que me haya permitido expresar mi opinión, señor...
–No hay nada que agradecer, Reuter, pero le sugiero que no vuelva a hablar del asunto, no creo que el capitán lo escuchara con simpatía.
Reuter enrojeció por segunda vez en el breve lapso de la conversación.
–Comprendo señor De Boer, gracias...
En la noche cerrada el viento comenzaba a soltar jirones de nubes, e insinuaba soplar del cuadrante sur. Pronto podría tomarse una posición por las estrellas, pero también la goleta se haría visible dando mejores posibilidades a sus perseguidores. Había algo positivo sin embargo dado el rumbo, la goleta podría navegar con el tan deseado viento de amura, con el que alcanzaba su máxima velocidad. Durante la noche el viento alternó entre calmo y arrachado; se mantenían algunos bancos de niebla.
A popa sobre la aleta de babor comenzó a insinuarse sobre el horizonte la luz lechosa del amanecer y el viento comenzó a afirmarse.
El barómetro que había bajado durante la noche, se había estabilizado, pero la marca prometía viento fuerte. El capitán relevó a Reuter de su guardia a las seis en punto instruyéndolo:
–Descanse, Reuter, aproveche a dormir mientras se puede, de aquí en adelante la travesía va a requerir todo nuestro esfuerzo y toda nuestra astucia.
Reuter estuvo tentado de sincerarse con el capitán. Realmente encontraba absurda la postura de este, la fuga irracional y el peligro gratuito, pero recordó la conversación con De Boer y mantuvo prudentemente la boca cerrada. Se prometió que solo expresaría su parecer si el capitán lo interrogara directamente, cosa que por el momento no parecía que fuera a ocurrir.

XX

La cercanía de tierra se insinuaba de varias manera, un olor traído por una ráfaga de viento, un tronco flotando o algún ave que se posaba en el cordaje de las jarcias.
Sobre la banda de sotavento a proa, tres sombras se reunieron brevemente y dialogaron en voz muy baja.
-Ustedes dos están la segunda guardia…
-Sí mi teniente.
-Bien antes de presentarse los necesito en bodega media hora antes, ¿entendido?, bajen una linterna vamos a necesitar luz.
-A sus órdenes.
-¿Piensa que la fragata nos perdió señor?
-No lo sé y no hay maneara de saberlo, pero el tiempo se nos termina, así que debemos actuar nosotros. Les deseo buena suerte tal vez luego no tenga tiempo de decírselo.
-Gracias señor, lo mismo le deseamos a usted.
-Guardia marina Venoit, supongo que lo de Tolú fue inevitable…
-Me sorprendió comprobando la carga con un cajón abierto señor, no tuve alternativa.
-Pues nuestro oficio consiste en no dejarse sorprender señor Benoit, no estoy satisfecho.
-Lo comprendo mi teniente… pero dadas las circunstancias…
-Asunto terminado. Regrese a su lugar marinero Klein.
-Como usted mande señor…
Las tres sombras se pararon , dos fueron hacia proa y la tercera hacia popa con pasos silenciosos.
El viento comenzaba a arreciar y el mar se picaba cada vez más, la goleta navegando con viento de amura cabeceaba violentamente a medida que iba ganando velocidad.
Los obenques crujían al barrenar la nave por el vientre de las olas y una vez más la espuma barría la tablazón de la cubierta.

XXI

El viento se había afirmado durante la noche y al amanecer se había convertido en una recia surestada que permitió a la goleta desarrollar su máxima velocidad. El capitán algo aliviado de su tensión no quiso ahorrar velamen.
Su anotación en el libro de bitácora indica:

29 de abril H. 12:15
Viento fuerte SE a 35 nudos desde el amanecer.
La posición del mediodía a 46
Ceñimos al máximo con rumbo 110º.
Toma la guardia el 1er. Of. F. de Boer.
–Hágase cargo, Sr. De Boer, voy al comedor, con este cabeceo los pasajeros suelen pasarla mal y no es está demás que los tranquilice.
–Sí Señor.
¿Revisó las amarras de la carga.
–Lo hice señor, descuide, está todo en orden... ¿alguna señal de la fragata Sr.?
–Ninguna por el momento, pero no permita ninguna distracción; llámeme si me necesita.
–Sí señor.
Luchando contra una fuerte marejada que la abatía hacia el oeste la goleta intentaba salir de la apretura en que se encontraba. Durante la siguiente media hora De Boer estudió la carta náutica e intentó leer en la espuma y el color del agua con el ceño fruncido...
En el comedor el capitán sintió el crujido de la quilla al rozar la piedra y se incorporó bruscamente de su asiento, enseguida un golpe contra el costado del casco le hizo perder el equilibrio y semiconsciente le llegó a través de la tablas del piso la vibración de madera rota y el más aterrador sonido que puede oírse en un barco, el borboteo del agua penetrando en el casco.
La goleta escoró violentamente, en pocos minutos el mar alcanzó la regala de estribor y los gritos a bordo hacían imposible todo intento de coordinación.
Mantenerse de pie con el ángulo que había adquirido la cubierta era una tarea de acróbata circense, De Boer tomó del brazo al timonel exigiéndole:
–Ayúdeme a bajar los botes...
–Señor, es imposible... mire la cubierta... los pescantes de estribor están casi en el agua.
–Venga conmigo, lo necesito, debemos coartar los dos cabos de suspensión los dos a la vez para que el bote no caiga volcado. El capitán seguía sin dar señales de vida y De Boer tomó naturalmente el mando.
–A los botes, nos hundimos gritó a todo pulmón sin lograr hacerse oír por nadie entre las ráfagas de viento.
Empapados y sacudidos, los dos hombres lucharon con el bote hasta romperse las uñas, algunos marineros se lanzaron al mar tratando de ganar la costa a nado, entre invocaciones a Dios y maldiciones la gente a bordo rebotaba, caía, se deslizaba y se golpeaba.
En la lejana costa un grupo de pescadores alarmados comenzó a deslizar sobre rodillos una barca para salir al rescate al tiempo en que De Boer y el timonel lograron adrizar el bote y dejarlo a flote.
–Mantenga el bote todo lo cerca que pueda, y espere, ordenó el primer oficial.
–Pero señor... es un suicidio... no irá a volver allá...
–Se olvida de los pasajeros, ¿pensaba dejarlos? Espere lo más cerca que pueda aquí a sotavento todavía se puede aguantar, solo no lograría controlarlo apenas salga del abrigo del casco volcaría, me necesita a mí para ayudarlo a navegar, o intente irse solo... cargado el bote será más estable.
–Apúrese señor por favor...La palidez del timonel hacía visible su miedo
En el salón comedor los pasajeros se precipitaron hacia la salida golpeándose y empujándose algunos lograron salir a cubierta.
Martina y el camarero remolcaban a la tía penosamente y el capitán sangrando por un profundo corte en la frente trataba de guiarlos. En los febriles minutos siguientes De Boer se multiplicó, fue hasta el salón y ayudó a salir a algunos rezagados, luego obligó a los hombres a bajar otros dos botes y embarcó en él tripulantes y pasajeros.
Solo después se permitió abordar obligando a Kugelsen a hacerlo también.
El mar hervía sobre los escollos y apenas abandonada la pequeña protección del casco de la goleta, que gemía como un animal moribundo, los botes ingobernables se volcaron uno tras otro. La goleta se hundió rápidamente con el casco destrozado. La gente de la costa alcanzó a rescatar a los pocos afortunados a los que pudieron acercarse, casi todos del bote de De Boer; que fue el que más tiempo se mantuvo y se arrimó más a la costa timoneado por el mismo, con un dominio de su oficio que la desesperada peripecia no logró menguar.
Y así llegaron a tierra aquella mañana, mojados, ateridos de frío, con solo la ropa que llevaban encima por todo recurso material.


EPÍLOGO:

CARTAS Y ANOTACIONES DE BITÁCORA

De la correspondencia de la Srta. Martina Ulloa a su tía Salustia Fernández en Buenos Aires.

Dpto. de Maldonado, Partido de Rocha, 20 de mayo de 1843.
Querida tía
No te preocupes por mí, disfruto de buena salud; he decidido permanecer aquí (al menos por el momento).
No me siento con ánimo de afrontar el cruce a Buenos Aires. Menos aún, de correr el riesgo de intentar pasar el cerco que la armada francesa impone a nuestra ciudad; con la eventualidad de otro naufragio que eso conlleva. Te aseguro que cuando se vive una experiencia como la recién pasada y se ve morir tanta gente, se empieza a considerar la vida de otra manera. He decidido permanecer aquí, te decía; le debo a esta gente la vida, ellos arriesgaron las suyas para auxiliarnos.
En este lugar se necesita alguien que se ocupe de la educación de los niños –en realidad ya empecé a hacerlo– y siento que es una forma de devolver algo de lo recibido; si no fuera por ellos...
Pero tampoco debo ser desagradecida con el Primer Oficial, Sr. Frank De Boer hizo gala en todo momento de un comportamiento heroico. De no ser por su actitud decidida, muchos más hubiéramos muerto; no puedo decir lo mismo del capitán, el Sr. Rolf Kugelsen, que se encontraban en el salón comedor alternando frívolamente con los pasajeros, en lugar de estar en el puente como era su deber, sabiendo, como tenía que saber, de la peligrosidad de estas aguas; si bien debo ser justa y reconocer que fue el último en abandonar la nave... como correspondía por otra parte.
Perdona lo breve de estas líneas, pero debo aprovechar la salida de un chasque para Villa Restauración, del que me enteré justo sobre su partida. Te agradeceré que me envíes todo lo que en la lista que adjunto te detallo.
Tu sobrina que te quiere
Martina.


DEL LIBRO DE BITÁCORA DE LA GOLETA WILHELM ERFURT
29 de abril H. 12,15

Desde la hora 11 sopla fuerte viento del Sureste. Luego de comprobar personalmente que las amarras de la carga fueron revisadas y reforzadas, abandoné la bodega y vine al puente a tomar la posición del mediodía.
Ordené la maniobra para poner rumbo mar afuera, ciñéndose al viento al máximo que de la nave, ya que encuentro poco prudente navegar cerca de tierra con este tiempo, entrego el mando al Primer Oficial Sr. Frank De Boer y me retiro del puente para concurrir al salón comedor con el fin de animar a los pasajeros, a quienes resulta siempre penoso el movimiento del barco, cuando éste navega con viento de amura.

Capitán Rolf Kugelsen

DEL CORREO DIPLOMÁTICO DE LA EMBAJADA DE FRANCIA EN MONTEVIDEO AL PRIMER MINISTRO DE SU PAIS
28 de mayo de 1843

Su Excelencia Señor Primer Ministro de la República Francesa
Adjunto a la presente una carta dirigida al Gral. Jean L. Foch de los S.S. especiales del Ministerio de Guerra.
La carta en cuestión fue entregada en forma por demás misteriosa, en nuestra embajada en Montevideo. Le ruego que disponga usted, de modo que en la mayor brevedad posible llegue a destino, dado las especiales condiciones de guerra que se vive en esta ciudad.
Aprovecho para dar cuenta a usted del curso de la operación de bloqueo de nuestra flota sobre la ciudad de Buenos Aires...
La carta continúa en el mismo tono protocolar, dando detalles del sitio a Montevideo, accionar de los corsarios y otros asuntos relativos a la guerra y a la intervención contra Rosas y la firma del Exmo. Embajador Plenipotenciario de la República Francesa en Montevideo.

DEL CORREO DIPLOMÁTICO DE LA EMBAJADA DE FRANCIA EN MONTEVIDEO - Contenido de la carta dirigida al Gral. J. L. Foch

25 de mayo de 1843

Villa Restauración

De mi mayor consideración

Me es muy grato comunicar a Ud. que hemos cumplido con toda felicidad la misión que nos fue encomendada.
El cargamento de cañones y fusiles que transportaba la goleta “Wilhelm Erfurt” destinado al gobierno del Sr. Juan Manuel de Rosas se encuentra en el fondo del mar; igual destino corrió la “donación” de treinta mil escudos reunida por comerciantes prusianos para asistir financieramente a dicho señor.
Uno de mis hombres cortó las amarras de la carga de forma que al moverse en la bodega, produjeran el mayor daño posible al casco. El mal tiempo vino en nuestra ayuda y pudimos hacer derivar el casco hacia los arrecifes de la costa llamada de Castillos Grandes.
Mi situación en ésta es algo delicada así que, de acuerdo a lo ordenado, establecí contacto con nuestro agente, que ya me procuró nueva documentación; Frank De Boer deja de existir en este momento.
Suyo afectísimo
Teniente Claude Vertier





Fin

Etiquetas: